-De acuerdo con datos oficiales, 2 mil 997 niñas, niños y adolescentes perdieron a su madre, padre o a ambos a causa de homicidios desde la creación de la Comisión Estatal de Atención a Víctimas en 2020. Además, 773 más viven con la ausencia de sus padres desaparecidos
En Guanajuato, la violencia ha cobrado una factura silenciosa, pero devastadora: desde 2020 a la fecha, casi 3 mil menores han quedado en orfandad a raíz del asesinato de alguno de sus padres. Así lo revela la Comisión Estatal de Atención a Víctimas, que tiene registrados 2 mil 997 casos de niñas, niños y adolescentes que ahora reciben apoyos económicos y alimentarios tras convertirse en víctimas indirectas del delito.
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A esa cifra se suman otros 773 menores cuyos padres permanecen desaparecidos, sin una certeza legal sobre su paradero, pero con un impacto emocional igual de profundo. Según las autoridades consultadas por Milenio, muchos de estos casos no corresponden a feminicidios o no han sido tipificados como tales, aunque sí implican la pérdida violenta de la madre.
Del total, 338 menores perdieron a su madre, mientras que 2 mil 659 quedaron sin padre a causa de un homicidio. En la mayoría de estos casos, los menores son acogidos por sus abuelas, quienes asumen la responsabilidad de cuidado sin una red de apoyo estructurada y muchas veces en condiciones económicas difíciles.
El gobierno estatal, encabezado por la gobernadora Libia Dennise García Muñoz Ledo, anunció recientemente la creación de un fondo inicial de cinco millones de pesos para atender a los hijos de mujeres asesinadas o desaparecidas. Hasta mayo de 2022, se tenía un registro de 135 niños en esta situación, número que ascendió a 168 con la inclusión de menores con madres desaparecidas.
Jaime Rochín del Rincón, titular de la Comisión de Atención a Víctimas, reconoció que la cifra real podría ser incluso más alta, ya que muchos casos no son denunciados o los menores no son registrados de inmediato como víctimas indirectas. La comisión intenta cubrir sus necesidades básicas, pero el daño emocional y social que enfrentan es profundo y, en muchos casos, duradero.
Estas cifras dan rostro a una consecuencia poco visible de la violencia: la niñez rota por la ausencia y el duelo, cuyas vidas cambiaron en un instante por una bala, una desaparición o una agresión que no solo mata, sino que también desestructura familias enteras.