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El Puerto Vallarta que respira entre mareas
-Puerto Vallarta vive del brillo del invierno, mientras el desgaste del verano expone una economía que resiste más de lo que crece
Existen ciudades que viven con la precisión de un reloj suizo, y hay otras que laten como el mar: que son impredecibles, profundas, hermosas, pero también son capaces de ocultar, bajo su gran oleaje, corrientes, que pocos alcanzan a apreciar.
Puerto Vallarta es de estas últimas un destino que no marcha, sino que respira. Un destino que no está avanzando ni una recta, sino que se está moviendo al ritmo de sus mareas económicas, de sus vientos turísticos y de los susurros de su gente.
En este, prácticamente finado, 2025, mientras el invierno se está asomando, vale la pena, preguntarnos con seriedad y sin adornos: ¿estamos avanzando o simplemente resistiendo?
El invierno que maquilla al verano
Comienza Puerto Vallarta a lucir radiante. Sus calles vuelven a sonar en inglés en francés; los desayunos se prolongan en las cafeterías llenas de canadienses y estadounidenses, los pasillos de los hoteles vuelven a sentir el eco de la rastra de sus maletas. La ciudad huele a temporada alta, a dólares circulando y sobre todo a vida.
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Los números no lo están demostrando: diciembre, estará cerrando por arriba del 85% en la ocupación, el primer trimestre del año 2026, viene perfilado a superar el 90%. El ticket promedio tanto en restaurantes, cafeterías y boutique se está duplicando, gracias a consumo moderado pero constante del turismo extranjero de larga estancia.
A partir de noviembre se observan recuperación económica parcial, que es visible en caja, en mesas ocupadas y en una vida nocturna que se está reanimando.
Entonces, el invierno llega puntual, como siempre, pero no nos engañemos: el invierno no viene a curar las heridas, sólo se pone un suéter encima.
Los meses de junio, julio, agosto, septiembre y octubre, se han vuelto los más largos del año, dejando atrás de un rosario de negocios, exhaustos, hoteles, con ocupaciones del 56% al 72%, restaurantes con ventas por debajo del 2024 y comerciantes que apenas sobrevivieron al costo de las cuentas sin flujo.
El pasado verano, que pareció eterno, el 55% del sector empresarial, reportó ventas peores que el año pasado, y más del 44%, calcificó el gasto del turista como bajo o muy bajo. Puerto Vallarta vivió un desierto de lunes a jueves, para luego hincharse los sábados como si fuera una criatura de las mareas extremas, incapaz de sostener un equilibrio.
Antes de este brutal contraste, surge la verdad, incómoda: el destino no está creciendo, está compensando. No está avanzando, está remando, contra corriente. No está prosperando, está sobreviviendo por temporadas.
Guardianes del puerto: el turista extranjero.
Cómo ya sabemos, y lo vivimos, cada temporada de invierno, miles de canadienses y estadounidense bajan de los aviones, como se descendían de una promesa hecha, asimismo, están escapando, por supuesto, de la nieve para refugiarse en este gran paraíso que se ha vuelto parte de sus vidas, como sabemos, se instalan por semanas, por meses; caminan, consumen y se integran. No vienen por la fiesta, si no vienen por hogar. Algo tenemos en Puerto Vallarta que les encanta volver.
Este segmento, que es maduro, estable y metódico, no dispara de forma exuberante el gasto de fin de semana, pero viene a garantizar un consumo constante que nos mantiene vivos a la economía local. Es el tipo de visitante que no presume su estancia, pero la sostiene.
Frente a estos factores, el turista nacional aparece como un visitante de arena: viene, se va, se escurre entre los dedos. Llega a los viernes y se va a los domingos, nos deja propina, pero no permanencia.
Existen grandes eventos comerciales, a nivel nacional, como el buen fin y el Black Friday, que claramente en otras ciudades son detonadores de compras y gran movilidad, aquí pasan como la visa sin impacto, un soplo al comercio local, le da alivio, pero no viene a tocar de forma relevante a la ocupación hotelera.
La economía del turismo nacional está herida. No por falta de deseo, sino por falta de un poder adquisitivo. Y en puerto Vallarta se está resintiendo.
Ciudad que se desmorona por dentro
Mientras la superficie de puerto Vallarta brilla, en las entrañas de la economía local, ocurre algo realmente preocupante: la gente no quiere, no puede o no elige trabajar en el sector turístico.
Las depresiones económicas están reportando, un 30% de vacantes operativas sin cubrir, rotación, sistemática, ausentismo creciente, costos laborales, que se dupliquen sin aumentar salarios, y una informalidad que crece de forma descontrolada.
La fuerza laboral, que se atiende, limpio, recibe, cocina y sostiene la experiencia del turista, se está agotando, ciado por sueldos insuficientes, vivienda, impagable, transporte público, deficiente, y la sensación de que trabajar para el turismo, ya no es sinónimo de progreso.
Cuando un destino pierde su gente, pierde su esencia. Por qué los turistas pueden llegar a los hoteles, pero sólo la gente de Vallarta llena el alma del destino.
Los datos alegres: el espejismo
La ocupación está bien, el consumo está mejorando, y el invierno será brillante. Pero los números, como la marea, engañan.
Recordemos que la ocupación en Semana Santa del 2025, esa que debería ser de las mejores del año, tuvo días de 33% y 41% de ocupación, y un promedio de apenas 65% en general. Aunque el sábado alcanzó al 92%, sigue siendo una ocupación parcial, un pico que sirve para las fotos, pero no para la contabilidad.
En verano, por otra parte, mantuvo un promedio por debajo del 75% para la mayoría de los negocios, y las ventas fueron consideradas peores por el 56% de los comerciantes encuestados.
En efecto, la ciudad, late fuerte, pero lo hace por temporadas.
Nuestro destino es una casa que se ilumina seis meses y que oscurece otros seis. Un destino que vive entre exhalaciones profundas y silencios intensos.
Peligro del autoengaño
La narrativa oficial nos dirá que el turismo está mejor que nunca. Que el aeropuerto está presentando cifras relevantes, que el río internacional es sólido y que se estiman miles de millones de derramas. Y todo esto es cierto, pero es una verdad incompleta.
Esto, porque la economía local no se mide en comunicados, sino en las cajas registradoras; no se mide en los discursos, sino en las nóminas; no en las cifras de llegada, sino en la capacidad del gasto.
Lo que está ocurriendo en puerto Vallarta, es lo mismo que pasa con esas casas del centro histórico: por fuera son tan hermosas, pero por dentro la humedad ya empezó a carcomer las vías. Nos estamos acostumbrando al brillo del invierno y estando antes el deterioro del verano.
Celebramos al árbol… ignoramos las raíces.
La verdad que nos exige el 2026: no hay turismo sin estrategia
La gran pregunta no es cuanta ocupación tendremos el primer trimestre, eso ya está casi asegurado. El punto es que haremos en los meses de mayo, junio, agosto, septiembre y octubre. Sector empecé ya lo dijo en la encuesta de percepción: sin promoción, sin estrategias de consumo, diversificación de experiencias y sin combate a la informalidad, el destino seguirá atrapado en su propio ciclo.
En este año entrante debemos romper ese patrón. Que 2026, sea el año de entender que promover Vallarta, no es subir una foto bonita, sino construir un modelo turístico. Realmente sostenible: con promoción estratégica nacional, entre semana, incentivos para dar de las estancias, ordenamiento del centro, y la zona romántica, mejora urgente de la infraestructura urbana, control real de la informalidad, costos de vivienda, accesibles para los trabajadores, tanto para compra como para renta, coordinación empresarial-gobierno sin simulaciones.
Mientras no te andamos la raíz, vamos a seguir viviendo entre luces y sombras. Entre temporadas, tantas que nos alucinan y temporadas bajas que nos recuerdan que la realidad ahí está, esperando.
La ciudad turística que merece un futuro completo
Nuestro puerto es una ciudad extraordinaria. No solo por su belleza, sino por su gente, por su espíritu, por su capacidad para levantarse una, y otra vez, incluso cuando nadie cree que pueda hacerlo.
Ninguna ciudad puede sostenerse eternamente con los picos, ninguna economía puede vivir tan solo de una temporada, ningún destino puede crecer sobre cimientos inestables. Es hora de asumirlo y con claridad: Puerto Vallarta necesita más temporadas altas y para esto necesita un proyecto de ciudad.
Un proyecto que empiece en sus comerciantes, en los hoteles, en los edificios, desgastados, en sus jóvenes que están migrando, en sus trabajadores que ya no encuentran donde vivir, en el sector empresarial que ha aprendido a sobrevivir, pero no han dejado de soñar.
La ciudad merece una estrategia que haga vibrar todo el año. Que no dependa del clima ni del calendario, que conviertan los meses difíciles en oportunidades y que los meses brillantes en plataformas de crecimiento.
Hoy, mientras las luces navideñas comienzan a encenderse, mientras los cruceros regresan, el malecón se llena de idiomas distintos, mientras los hoteles casi rozan el lleno y las cajas empiezan a respirar, no debemos dormirnos en los laureles.
Porque la verdadera prueba no está en la temporada de invierno, sino en las temporadas de primavera, verano y otoño. Y es ahí donde Vallarta se juega a su futuro.
Y como el mar nos bordea por el pacífico, y que lleva siglos diciéndonos, una verdad, que aún no terminamos de escuchar: “no existe marea alta eterna, pero existe la posibilidad de aprender a navegar”.
Qué este 2026, sea un año en el que dejemos de esperar, milagros, estacionales, para comenzar a construir una ciudad que se sostenga por sí misma, todo el año, cada día, con toda su gente.